Y poco bien que se destaca la pintura tras la labrada cancela, con su plátano abriéndose en opulentos arcos, y sus floreros colgados del techo , que se derraman en olas de verdura !
No quiso la familia soportar durante el verano los rayos del sol allá en los pisos altos de la casa, y echándose los bártulos al hombro, se posesionó de la planta baja, con gran satisfacción de los pulmones, que no recibían la cantidad de oxígeno suficiente, y la lengua pagaba el pato, saliéndose un palmo de su sitio.
Bien es verdad que hombre prevenido vale por ciento, y ya, gracias á Dios, la temperatura es respirable, pues con la evaporación que se exhala de los jazmines y madreselvas, recocí aire su equilibrio, y la sangre circula serenidad por las venas.
Los veinte pies cuadrados que sirven de base al patio están cubiertos de mármol blanco y limpio; bajo los arcos de los corredores está colocado el piano entre algunas mecedoras que esparcen acá y allá; una serie de floreros adelanta de la pared, alternando con cuadros y jaulas de alambre; un toldo que se desriza en siesta y se pliega al caer la tarde, ostenta innumerables anillos de hierro presos en largos alambres; porción de macetas abren su balsámico follaje en derredor de los muros , y en el centro lanza al aire sus hilos finísimos una cristalina fuente, en cuya taza nadan los peces de color, como ligeras góndolas de fuego.
En este escenario de la gentileza sevillana, muévense las figuras de la comedia de costumbres, y es de ver el conjunto que forman la característica de más ó menos años, que es la mamá; el severo barba con sus anteojos sobre la nariz, esposo de la característica; el galán, mozo lleno de circunstancias, y la dama joven, de tez morena, sonrosado color y ojos de “allá va eso”
El sol , que ya subió bastante cielo arriba, envía con demasiada fuerza su luz, y el ris ris de las anillas del toldo, corriendo por los alambres, indica que es llegada la hora de la siesta.
Al acabarse de desplegar el lienzo, pierde en luz el cuadro lo que gana en vaguedad y frescura; apáganse los tonos ardientes; poetízanse los contornos de las figuras; fórmase un a modo de crepúsculo en torno de las plantas, y los colores del toldo refléjanse en la fuente, lo mismo que la luz que se cierne por el tejido, empiedra el suelo de pequeñas lentejuelas de oro.
Todos duermen en habitaciones interiores, excepto D. Anselmo, que se quedó adormecido con La Cigarra entre las manos, la cabeza torcida y soplando por un lado de la boca, y Concha, que borda al pasado detrás de la cancela , cantando entre dientes aires andaluces, entre los que da preferencia á las malagueñas. Con voz casi imperceptible no cesa de cantar esta copla:
El amor que tengo a un hombre
Es mata de siemprevivas,
La cultivan mis recuerdos
Y la riegan sus sonrisas.
El rastrear de la aguja sobre el dedal cada vez que da una puntada, y el roce de la hebra al pasar por el tejido, sujeto por ambos lados al bastidor, son los únicos rumores que se oyen en el patio, a no ser que aguzando mucho el oído se perciba la pianisima canturia del canario, que sacudiendo sus alas de oro pálido, se limpia con aseo en la varilla y vuelve a limpiarse, andándose luego con la pata en el cuello y en la cabeza.
El agua tiembla sin descanso dentro de la fuente, deslizándose en imperceptibles rizos hacia las orillas, desde donde se descuelga en alegres rosarios de gotas.
Algún grillo duerme entre la lobreguez de las hojas; varias hormigas suben por los tallos de las flores, y errando, al parecer, el camino, páranse un momento, reflexionan, vuelven a andar desviándose á un lado como si por allí fuese su ruta, retroceden corriendo, tallo abajp, y ya cerca de la maceta , vuelven a subir entre las mismas indecisiones e iguales incertidumbres.
Los mosquitos por su parte, cuando no se paran sobre una hoja, zumban no se sabe dónde, y a la vez que Concha se da una manotada junto al oído para ahuyentar al importuno músico, el mosquito Dios sabe a qué distancia se halla, porque la muchacha sigue oyendo de igual modo su sonido monótono, como el de una flauta lejana.
En cuanto a los moscas , bailan su rigodón en el aire, pasando por un rayo de sol, que teñido de azul, mueve sus millones de átomos luminoso? en tremenda algarabía, y mientras uno entra brioso y rozagante en la escala de luz, otro se extingue en la orilla, y aquél forma un remolino, y el de allá sube lento y pausado, y el otro va dando encontronazos a los demás, y todos se sublevan al menor soplo del aire, que no podía por menos de meterse a escandalizar a las moléculas.
Aquella hoja por la que resbala una gota de agua, enseña limpias y vigorosas sus infinitas vértebras y ramificaciones, que partiendo del centro de la hoja, se enlazan, desvían y piérdense en las orillas; por su dorso no se perciben ramificaciones algunas, por hallarse éste cubierto de un leve terciopelo que vela el secreto de tan misteriosa anatomía.
La pesadumbre del calor gravita sobre todo, y un enervamiento general abruma a cuanto goza de vida : solamente Concha borda unas iniciales sin sentir pesadez ni cansancio; pero no se sabe si la ligereza de su cuerpo la ocasiona aquel desvelo del amor que todo lo torna aéreo, o lo valiente de su organismo meridional, más lleno de cuerdas que vibran que de tejido y músculos de acero.
Atenta a su bordado, aguarda impaciente el caer de la tarde, y luego ia noche, para ver a su novio, que antes faltará á todo lo divino y humano, que dejar de acudir a la reja.
La siesta, ya vencida , va aligerando su peso, y congregada la familia en el patio, empiézanse a oir los primeros preludios de la guitarra, que exhalando sus lamentos árabes, llena el corazón de melancolía y hace desfilar por la imaginación las ruidosas zambras moras y el mundo de recuerdos históricos esparcido por el suelo de Andalucía.
A través de la cancela vése la calle llena de gente, entre la que cruzan graciosas mozuelas con la cabeza llena de flores, menudo pisar ajustado a ritmo provocativo, y un espontáneo chiste en los labios; también cruzan la tostada y airosa gitana; el famoso vendedor de flores, cuyo pregón es un canto melodioso; la alegre cigarrera, más diestra en dimes y diretes que en el arte de liar cigarros; el chalán apergaminado con sus patillas de boca de hacha y su bordada pechera: todo lo que es característico de la tierra , desfila por delante de la cancela, menos llena de adornos y arabescos , que el patio andaluz de pródigas bellezas.
Por la noche, la jovialidad y el buen humor dan sus tonos alegres á la pintura, y tan pronto escúchanse las elegantes notas del piano , como el gemir de la vihuela.
A esta escena, cuando ya todos se han entregado al sueño, sucede la de la reja. Todos los giros con que se expresa el amor salen de una y otra boca de la pareja, mientras la luna derrama su luz soñadora sobre las plantas, o alguna ronda atraviesa por las aceras, donde aun se siente caer con monótona melodía el agua del balcón regado.
Ruidoso tropel de trasnochadores cruza el fondo de la calle entre voces desentonadas y coros de risas; las siluetas de las torres tienden su sombra sobre las casas, y también el sereno da de tiempo en tiempo su Ave Maria purisma , que se pierde en la soledad de la noche.
La pareja no interrumpe por nada su coloquio; sólo viene a cortarlo como espada suavísima el primer rayo de luz...
¡Oh costumbres de Andalucía! ¡Oh patio alegre y delicioso!
Cuando lleno de vagos ensueños, toco, para dar penas, la guitarra, no es extraño que cante al compás de sus cuerdas aquella triste copla que dice:
Cuando salí de mi tierra
Volví la cara llorando,
Y le dije, «tierra mía,
¡Qué lejos te vas quedando!»
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